Discrepo totalmente de Miguel Delibes, que en su novela La hoja roja, refiriéndose a la jubilación, la define como “la antesala de la muerte”. Por el contrario, más bien me solidarizo con aquellos que, en plan jovial, la catalogan como “una eterna pausa para el café”.
Me jubilé hace tan solo tres meses y es tal mi osadía que en este breve período de tiempo creo haber adquirido los suficientes conocimientos para poder disertar acerca de la jubilación. Me explico. En primer lugar, estoy orgulloso de haber escalado este peldaño de mi vida, pues no todos lo consiguen y algunos mueren en el empeño. Creo que este peldaño conduce a una etapa llana, que se recorre fácilmente, aunque a veces aparecen descensos vertiginosos con curvas sin señalizar. Siguiendo este símil ciclista, puede decirse que, eligiendo el piñón adecuado, es una etapa de sesteo: ejercicio ligero, ayuda a los nietos, búsqueda de nuevas ocupaciones….
Lamentablemente, en esta Asturias envejecida, el número de jubilados está aumentando a un ritmo continuo, año tras año. Y eso constituye un serio peligro, el peligro del exceso, el de ser demasiados, de convertirnos en una plaga para el Estado… Y que nos exterminen como a ratas si, por un azar, nos vemos precisados a acudir por una simple gripe a un centro hospitalario.
Me jubilé hace tan solo tres meses y es tal mi osadía que en este breve período de tiempo creo haber adquirido los suficientes conocimientos para poder disertar acerca de la jubilación. Me explico. En primer lugar, estoy orgulloso de haber escalado este peldaño de mi vida, pues no todos lo consiguen y algunos mueren en el empeño. Creo que este peldaño conduce a una etapa llana, que se recorre fácilmente, aunque a veces aparecen descensos vertiginosos con curvas sin señalizar. Siguiendo este símil ciclista, puede decirse que, eligiendo el piñón adecuado, es una etapa de sesteo: ejercicio ligero, ayuda a los nietos, búsqueda de nuevas ocupaciones….
Lamentablemente, en esta Asturias envejecida, el número de jubilados está aumentando a un ritmo continuo, año tras año. Y eso constituye un serio peligro, el peligro del exceso, el de ser demasiados, de convertirnos en una plaga para el Estado… Y que nos exterminen como a ratas si, por un azar, nos vemos precisados a acudir por una simple gripe a un centro hospitalario.
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