Al fin, nuestro presidente, el señor Zapatero, ha desvelado su decisión acerca del destino de la central nuclear de Santa María de Garoña, una decisión que, pese a los rimbombantes calificativos de “políticamente coherente, laboralmente responsable, técnicamente justificable y energéticamente asimilable”, no consiguió satisfacer ni a los que esperaban el cierre inmediato de la central, ni a los que pretendían que su funcionamiento se prorrogase otros diez años.
A mi modo de ver, lo malo de esta decisión de posponer el cierre solo hasta 2013 estriba en que las motivaciones del presidente Zapatero han sido únicamente políticas, sin buscar el asesoramiento de los únicos que conocen el tema en profundidad, que son los físicos nucleares y los ingenieros que trabajan en estas centrales, sin olvidar al Consejo de Seguridad Nacional, que en su día aconsejó que Garoña siguiese funcionando. Pudo más la ignorancia mal aconsejada -reminiscencia de las instalaciones chapuceras de Chernobyl- que la razón. No se tuvo en cuenta que la energía nuclear es barata, no produce efecto invernadero, ni envía a la atmósfera gases contaminantes, ni tampoco que su sustitución por energías renovables -fuertemente subvencionadas- resulta más que problemática, al menos en las próximas décadas.
Todo progreso tecnológico implica un riesgo, imposible de evitar al 100 %, a menos que pretendamos retrotraernos a la Prehistoria. ¿Qué acarreará el cierre de Garoña dentro de cuatro años? Desde luego, aumentará nuestra dependencia energética del exterior y encarecerá el “recibo de la luz”, a la vez que frenará la previsible utilización en el futuro de coches eléctricos… Eso sí, los habitantes de la zona tomarán el sol a orillas del Ebro, felices y satisfechos, sin radiactividad y sin trabajo.
A mí personalmente lo que me preocupa es que si a la central de Garoña, con solo 38 años de edad, funcionando a pleno rendimiento y produciendo energía barata, le quieren practicar la “eutanasia”, ¿qué harán con los que estamos ya jubilados, achacosos y cojitrancos, que vivimos a expensas del Estado y que no producimos más que preocupaciones a los demás? ¡Vaya porvenir el que nos espera!
A mi modo de ver, lo malo de esta decisión de posponer el cierre solo hasta 2013 estriba en que las motivaciones del presidente Zapatero han sido únicamente políticas, sin buscar el asesoramiento de los únicos que conocen el tema en profundidad, que son los físicos nucleares y los ingenieros que trabajan en estas centrales, sin olvidar al Consejo de Seguridad Nacional, que en su día aconsejó que Garoña siguiese funcionando. Pudo más la ignorancia mal aconsejada -reminiscencia de las instalaciones chapuceras de Chernobyl- que la razón. No se tuvo en cuenta que la energía nuclear es barata, no produce efecto invernadero, ni envía a la atmósfera gases contaminantes, ni tampoco que su sustitución por energías renovables -fuertemente subvencionadas- resulta más que problemática, al menos en las próximas décadas.
Todo progreso tecnológico implica un riesgo, imposible de evitar al 100 %, a menos que pretendamos retrotraernos a la Prehistoria. ¿Qué acarreará el cierre de Garoña dentro de cuatro años? Desde luego, aumentará nuestra dependencia energética del exterior y encarecerá el “recibo de la luz”, a la vez que frenará la previsible utilización en el futuro de coches eléctricos… Eso sí, los habitantes de la zona tomarán el sol a orillas del Ebro, felices y satisfechos, sin radiactividad y sin trabajo.
A mí personalmente lo que me preocupa es que si a la central de Garoña, con solo 38 años de edad, funcionando a pleno rendimiento y produciendo energía barata, le quieren practicar la “eutanasia”, ¿qué harán con los que estamos ya jubilados, achacosos y cojitrancos, que vivimos a expensas del Estado y que no producimos más que preocupaciones a los demás? ¡Vaya porvenir el que nos espera!
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