Al final, sucedió lo que todos los aficionados presumíamos desde hacía mucho tiempo que iba a suceder. Después de cuatro años de azarosa permanencia en la primera división del fútbol español, el Sporting de Gijón descendió a segunda. Y hay que reconocer que hizo méritos para ello. No se puede echar la culpa a la mala suerte ni a la insidia de los árbitros: muy pronto el equipo asumió la mentalidad de perdedor y de esta forma resultó imposible el logro de los objetivos programados, que no eran otros que la ansiada permanencia.
¿Y ahora, qué? El equipo a luchar y los aficionados a apoyar y esperar. Siempre hay que buscar el lado positivo, y lo cierto es que, mientras que el último año la angustia estaba presente todos los domingos en el estadio o mirando la pantalla del televisor, de ahora en adelante será la esperanza quien ocupará su lugar.
¡Que así sea!
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