Dicen que, a partir de ahora y en años sucesivos, ese macroevento cultural gijonés llamado la Semana Negra (que, al parecer, recibe este nombre porque dura diez días, durante los cuales los vecinos cercanos al lugar las pasan negras por el ruido) se celebrará al lado mismo de las aulas universitarias. No deja de ser una deferencia por parte del Ayuntamiento impedir que unos actos de tal envergadura queden desvinculados de la Universidad. ¿Dónde podrían realizarse mejor? ¿En que piensa el señor Rector, que dice no estar de acuerdo con esta decisión? Aduce las molestias que el desarrollo de la Semana Negra originará a los profesores e investigadores de la Universidad, como si no fuesen mayores las molestias que acarrearía a la ciudad de Gijón que esos festejos no pudiesen celebrarse por falta de un lugar de ubicación adecuado.
Tenemos que ser un poco más serios y consecuentes. En estos tiempos actuales y en un país como España con una riqueza enorme en distintas formas de cultura (cultura del botellón, de la siesta, del “pastilleo” de fin de semana…), ¿por qué no podemos ampliar un poco más el abanico para conseguir que otras culturas se extiendan por el campus universitario gijonés: la cultura del ruido, la del bocata de calamares, la del olor a fritanga…? Que no nos pase como a los sufridos habitantes del municipio zamorano de Manganeses de la Polvorosa, que hace unos diez años, para no herir la sensibilidad de algunos, abandonaron la costumbre ancestral -quintaesencia de la cultura- de lanzar una cabra desde el campanario de la iglesia.
Yo no pido que se lance animal alguno desde la torre de la Laboral, pero ¡qué menos que un rico olor a grufas acompañado de un delicioso ruido de 120 decibelios filtrándose a través de las ventanas de los despachos y laboratorios de Viesques! No creo que nadie fuese a protestar por ello.
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