En fechas recientes, y en compañía de mi esposa, he estado durante una semana en Tenerife, concretamente en Puerto de la Cruz y alrededores, disfrutando de un tiempo verdaderamente primaveral: no en vano "Tenerife tiene seguro de sol", según canta una vieja melodía. Aunque en tiempos lejanos Puerto de la Cruz desarrolló un tráfico marítimo de mercancías muy considerable, pues de allí salían al exterior los productos agrícolas procedentes del valle de la Orotava, hoy día su actividad portuaria se ha reducido prácticamente a la pesca, a la vez que desde hace medio siglo la villa se ha ido convirtiendo en un enclave turístico de primer orden, dotado de unas 30 000 camas, lo que le confiere un cierto grado de masificación, aunque en ningún momento resulta agobiante.
Observé en Puerto de la Cruz más gente que en otras ocasiones, quizá debido a la disminución del turismo en los países del norte de África, sujetos a las inestabilidades políticas de todos conocidas. También me pareció mayor el número de sudafricanos vendedores de relojes, baratijas y bisutería, deambulando por las terrazas de las cafeterías. Pero la amabilidad de los isleños en el trato con los turistas sigue siendo, como siempre, de primera calidad. Buen clima, amabilidad y precios asequibles constituyen los tres pies sobre los que se apoya el auge del turismo en la isla.
Observé en Puerto de la Cruz más gente que en otras ocasiones, quizá debido a la disminución del turismo en los países del norte de África, sujetos a las inestabilidades políticas de todos conocidas. También me pareció mayor el número de sudafricanos vendedores de relojes, baratijas y bisutería, deambulando por las terrazas de las cafeterías. Pero la amabilidad de los isleños en el trato con los turistas sigue siendo, como siempre, de primera calidad. Buen clima, amabilidad y precios asequibles constituyen los tres pies sobre los que se apoya el auge del turismo en la isla.
Por lo demás, todo sigue como siempre. La antigua avenida del Generalísimo ha pasado a denominarse avenida de la familia Bethencourt y Molina. ¡Qué manía esta de cambiar los nombres de las calles, como si con ello se pudiese borrar una historia que está por encima de las corporaciones municipales!
En los siete días de estancia en Puerto de la Cruz, el cielo casi siempre limpio hizo posible divisar con total nitidez la cumbre del Teide, nevada en su vertiente norte, imponiendo su majestad sobre toda la isla. El dios del clima tinerfeño se comportó con nosotros con gran benevolencia y nos hizo partir con el deseo de un pronto regreso. Esperemos que se cumpla.