Hace ya bastantes años, cuando España permanecía sometida al régimen de Franco, no existía libertad de expresión, en el sentido de que resultaba imposible manifestar en público algunas opiniones de tipo político sin correr el riesgo de acabar con los huesos en la cárcel. Corren muchos relatos de aquella época, aunque por desgracia no todos resultan creíbles; pero lo cierto es que sí existía represión, sobre todo en determinados ambientes fabriles y universitarios.
Hoy día Franco ya ha muerto, según ratificó recientemente el juez Garzón, pero lamentablemente la libertad de expresión sigue sin existir. Aunque nadie va a la cárcel por decir lo que piensa, hay temas que, según algunos ciudadanos que se tildan de intelectuales y progresistas, solo admiten una interpretación, la de ellos, a la que califican de “políticamente correcta”. Son temas de todos conocidos, como la energía nuclear, el aborto, la inmigración…. Los “progres” (no sé realmente qué significa esta palabra, pues la mayoría de ellos son más carcas que la tumba de Tutankamon), cobijados a la sombra del Gobierno, que los ampara y subvenciona, no solo defienden a ultranza su postura, sino que arremeten contra aquellos que discrepan, calificándoles de retrógrados, chupacirios y racistas.
Y así un día y otro día. Siguen impertérritos en su postura y no se bajarán de la burra por más que esta desfallezca. Habrá que esperar a que los coches no puedan circular ni las fábricas funcionen por falta de energía, a que los niños sean todos de importación, o a que los inmigrantes hayan hecho quebrar a la Seguridad Social, después de descerrajar unos cuantos bancos.
Entonces, quizá ya demasiado tarde, surgirán las lamentaciones, cuando el daño se haya hecho irreparable. Pero los causantes habrán buscado ya otro árbol -preferiblemente grande- al que arrimarse, pues a la sombra no se sufren insolaciones.
Hoy día Franco ya ha muerto, según ratificó recientemente el juez Garzón, pero lamentablemente la libertad de expresión sigue sin existir. Aunque nadie va a la cárcel por decir lo que piensa, hay temas que, según algunos ciudadanos que se tildan de intelectuales y progresistas, solo admiten una interpretación, la de ellos, a la que califican de “políticamente correcta”. Son temas de todos conocidos, como la energía nuclear, el aborto, la inmigración…. Los “progres” (no sé realmente qué significa esta palabra, pues la mayoría de ellos son más carcas que la tumba de Tutankamon), cobijados a la sombra del Gobierno, que los ampara y subvenciona, no solo defienden a ultranza su postura, sino que arremeten contra aquellos que discrepan, calificándoles de retrógrados, chupacirios y racistas.
Y así un día y otro día. Siguen impertérritos en su postura y no se bajarán de la burra por más que esta desfallezca. Habrá que esperar a que los coches no puedan circular ni las fábricas funcionen por falta de energía, a que los niños sean todos de importación, o a que los inmigrantes hayan hecho quebrar a la Seguridad Social, después de descerrajar unos cuantos bancos.
Entonces, quizá ya demasiado tarde, surgirán las lamentaciones, cuando el daño se haya hecho irreparable. Pero los causantes habrán buscado ya otro árbol -preferiblemente grande- al que arrimarse, pues a la sombra no se sufren insolaciones.
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