Después de atravesar la frontera de Lituania hacia el norte, seguimos hasta el palacio Rundãle, cerca de Bauska, diseñado en el siglo XVIII por el arquitecto italiano Francesco Bartolomeo Rastrelli como residencia de verano del barón Biron, duque de Curlandia; vimos algunas habitaciones y salas del palacio restaurado y dimos un corto paseo por sus jardines; nada diferente de los que se puede ver en multitud de lugares españoles.
Continuando el viaje, llegamos a Riga al atardecer y nos hospedamos en el Albert Hotel, el mismo en el que habíamos pernoctado tres días antes: un hotel aceptable con buena cena y con unas vistas insuperables de la ciudad desde la terraza del último piso. Riga, con unos 700 000 habitantes, es la mayor de las tres capitales bálticas y la que tiene un ambiente más cosmopolita. Está situada a unos 15 kilómetros del mar, en una llanura atravesada por el río Daugava que alcanza aquí una anchura de 500 m. En Riga se concentra casi la mitad de la producción industrial letona, especializada en el sector financiero, los servicios públicos, la industria farmacéutica, de textiles, de cemento, de cristalería, de mobiliaria y de productos manufacturados en general, además de la construcción de barcos. En Letonia, de momento, pese a pertenecer a la Unión Europea, aún no han adoptado el euro: la moneda en vigor es el lats, que equivale, aproximadamente, a 1,42 €.
El país se caracteriza por sus bonitas playas, de arenas finas, enmarcadas por dunas; y en su interior salpican su geografía más de 4000 lagos. Su clima es de transición entre el oceánico y el continental: en la costa los veranos son frescos y los inviernos suaves, mientras que en el interior las condiciones son más extremas, en especial durante los inviernos, largos y crudos.
Letonia carece prácticamente de recursos naturales, pues la turba y las represas se ven incapaces de cubrir las necesidades energéticas; por se motivo, importa de Rusia gas natural y petróleo. Su economía se basa en la industria y en la agricultura. Produce maquinaria ferroviaria, barcos, alimentos procesados, productos químicos y petroquímicos, textiles, papel y madera. En ganadería predomina la cría de bovinos y porcinos; y en cuanto a la agricultura, los principales cultivos son: lino, forrajes, remolacha azucarera y patatas. En la pesca, el grueso de las capturas corresponde al arenque y al bacalao.
Al día siguiente de llegar (5 de agosto), por la mañana, visitamos, acompañados por un guía local, unos cuantos edificios exponentes del art nouveau, también conocido como jugendstill, la mayoría de ellos situados a lo largo de las calles al este de Elizabetes iela, muy cerca de nuestro hotel, y algunos diseñados por Mijail Eisenstein, padre del célebre cineasta. En este tipo de arquitectura sobresale la ornamentación a base de flores, monstruos, máscaras y figuras grotescas en lo alto de los edificios, algunos realizados con azulejos coloristas. El autocar nos esperaba en el parque Esplanade, muy cerca del Museo de Arte Nacional Letón, y acomodados en él realizamos una vista panorámica circunvalando la ciudad, para así contemplar algunos edificios a los que, debido a la lejanía, resultaba difícil acceder a pie.
Bajamos del autocar en Latviesu strėinieku laukums (plaza de los Fusileros) situada al este del puente Akmens, donde en otro tiempo se encontraba el mercado central de Riga. El casco antiguo de la ciudad (Vecriga), en su mayor parte peatonal, ha sido declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, y se prolonga 1 kilómetro por el lado oriental del río Daugava y 600 metros tierra adentro. A su alrededor se extiende toda una circunvalación de parques, avenidas y canales creada en el siglo XIX, más allá de la cual se encuentran la parte nueva de la ciudad, los barrios residenciales y los enclaves industriales soviéticos.
En la plaza Latviesu strėinieku se encuentra la estatua de los Fusileros, de color rojo oscuro, dedicada a ocho regimientos creados en la Primera Guerra Mundial para luchar en el Ejército Imperial Ruso; y de aquí parte la Kaļķu iela, una calle estrecha y semipeatonal que divide el casco antiguo en dos mitades; luego se ensancha y se convierte en Brivibas bulvāris, pasando a continuación por el monumento a la Libertad, erigido en 1935, que está coronado por una figura femenina de bronce, que sostiene tres estrellas que representan las tres regiones de Letonia; este monumento se convirtió más tarde en el centro del movimiento independentista, que comenzó el 14 de junio de 1987 cuando 5000 personas se reunieron ilegalmente en el lugar para conmemorar a las víctimas del movimiento estalinista.
Nada más bajar del autocar vimos el Ayuntamiento, construido en 2002; la casa de las Cabezas Negras, de 2001; la estatua de Roland… y paseamos por su callejuelas, apreciando las tallas y esculturas que adornan los edificios. Mirando hacia lo alto, descubrimos el chapitel de la iglesia de San Pedro, reconstruido tres veces, siempre en estilo barroco. Mide 123,25 metros y subimos en un ascensor hasta los 72 metros, desde donde se divisa una extraordinaria panorámica de la ciudad.
Detrás de la iglesia de San Pedro se levanta la iglesia gótica de San Juan, utilizada para conciertos de música clásica y órgano, y el Konventa Sĕta, antiguo convento franciscano convertido en hotel. Pasamos a continuación a la otra mitad del casco antiguo, donde vimos la catedral de Santa María y su claustro, la casa de los Tres Hermanos, la iglesia gótica de Santiago, la Puerta Sueca, la Torre de la Pólvora, la casa del Gato…, en fin, una gran cantidad de edificios de enorme encanto, a pesar de que muchos de ellos son reconstrucciones, totales o parciales, realizadas tras la Segunda Guerra Mundial, incluso algunas después de que el país alcanzara su independencia.
Comimos en el restaurante Lavonija, en el mismo centro de Riga; no comento la comida, pues en todos los locales se repite prácticamente el mismo menú: la misma crema de remolacha, el mismo arroz, pan bastante escaso y el agua de la jarra siempre con gajos de limón flotando en la superficie…
Después de comer nos llevaron a visitar el Museo Etnográfico al Aire Libre, en las afueras de Riga, a orillas del lago Jugla, a donde llegamos después de soportar una docena de kilómetros de tráfico intenso. Se trata de un museo creado en 1924 y dedicado a las tradiciones locales: viviendas campesinas, granjas, molinos, casas de pescadores, una taberna…; pero no mejor, sin duda, que el museo del Pueblo de Asturias, en Gijón.
Por la noche, la cena (sin comentarios) tuvo lugar en el Lido Atpŭtas Centrs, en las afueras de Riga, al lado del Daugava; se trata de una especie de parque de atracciones en el que se representan todos los tipos de viviendas letonas y donde se pueden degustar todas las especialidades de la gastronomía local. El centro fue creado en 1999 y pudimos comprobar que el ambiente era típicamente letón.
Amaneció el sábado, día 6 de agosto, y después de desayunar en el hotel, abandonamos Riga con destino a Tallin, haciendo escala, por el camino, en el parque nacional de Gauja. Bajamos del autocar en Sigulda, donde nos encontramos con las ruinas de un castillo medieval del siglo XIII, y a su lado otro nuevo, construido en 1867. Desde aquí se nos ofrece una bonita vista del río Gauja, con el castillo de Turaida al fondo, sobresaliendo en un bosque de pinos y abetos.
De nuevo en el autocar, nos acercamos a ver el castillo de Turaida, paseamos por su patio principal y subimos a la Torre de las Mazmorras, lo que nos permitió obtener una visión panorámica del valle. Muy cerca del castillo vimos la iglesia, de mediados del siglo XVIII, a la que en 1808 se añadiría la torre neobarroca. Desde aquí llegamos al Jardín de las Dainas, con esculturas en piedra que simbolizan a los héroes letones que se inmortalizan en las “dainas”, canciones tradicionales del país que expresan acontecimientos como el nacimiento, las bodas y la muerte.
Todo el parque de Gauja parece impregnado de una atmósfera de leyenda, inspirada en un hecho real acaecido cuatro siglos antes. En el año 1601 una bella niña de Sigulda, llamada Maija, fue llevada al castillo de Turaida después de ser encontrada entre los heridos de una batalla que sostuvieron Suecia y Polonia. Ya desde pequeña se enamoró de Viktors, un jardinero del castillo de Sigulda, con quien se encontraba en secreto dentro de una cueva a mitad de camino entre los dos castillos. Un día, un desertor del ejército polaco la secuestró e intentó violarla y, para librarse, intentó, a cambio de su libertad, ofrecerle un collar que, según ella, poseía poderes mágicos protectores. Sin embargo, no le sirvió de nada, pues el soldado la mató con su espada, aunque fue luego capturado y colgado por el crimen cometido. En el parque, muy cerca de la iglesia, una lápida y un tilo conservan la memoria de la “Rosa de Turaida”.
Comimos en el mismo parque de Gauja; la estructura de madera del restaurante armonizaba en extremo con el entorno; a su lado, en un pequeño lago artificial, una barca flotaba en el agua, cuya superficie cubría un manto de nenúfares.
Por la tarde, reemprendimos la marcha hacia el norte, camino de la frontera con Estonia, en dirección a Tallinn. El cielo comenzó a encapotarse y, de pronto empezaron a caer finas gotas de agua de lluvia; mientras, sin problema alguno, atravesamos el puesto fronterizo.
Continuando el viaje, llegamos a Riga al atardecer y nos hospedamos en el Albert Hotel, el mismo en el que habíamos pernoctado tres días antes: un hotel aceptable con buena cena y con unas vistas insuperables de la ciudad desde la terraza del último piso. Riga, con unos 700 000 habitantes, es la mayor de las tres capitales bálticas y la que tiene un ambiente más cosmopolita. Está situada a unos 15 kilómetros del mar, en una llanura atravesada por el río Daugava que alcanza aquí una anchura de 500 m. En Riga se concentra casi la mitad de la producción industrial letona, especializada en el sector financiero, los servicios públicos, la industria farmacéutica, de textiles, de cemento, de cristalería, de mobiliaria y de productos manufacturados en general, además de la construcción de barcos. En Letonia, de momento, pese a pertenecer a la Unión Europea, aún no han adoptado el euro: la moneda en vigor es el lats, que equivale, aproximadamente, a 1,42 €.
El país se caracteriza por sus bonitas playas, de arenas finas, enmarcadas por dunas; y en su interior salpican su geografía más de 4000 lagos. Su clima es de transición entre el oceánico y el continental: en la costa los veranos son frescos y los inviernos suaves, mientras que en el interior las condiciones son más extremas, en especial durante los inviernos, largos y crudos.
Letonia carece prácticamente de recursos naturales, pues la turba y las represas se ven incapaces de cubrir las necesidades energéticas; por se motivo, importa de Rusia gas natural y petróleo. Su economía se basa en la industria y en la agricultura. Produce maquinaria ferroviaria, barcos, alimentos procesados, productos químicos y petroquímicos, textiles, papel y madera. En ganadería predomina la cría de bovinos y porcinos; y en cuanto a la agricultura, los principales cultivos son: lino, forrajes, remolacha azucarera y patatas. En la pesca, el grueso de las capturas corresponde al arenque y al bacalao.
Al día siguiente de llegar (5 de agosto), por la mañana, visitamos, acompañados por un guía local, unos cuantos edificios exponentes del art nouveau, también conocido como jugendstill, la mayoría de ellos situados a lo largo de las calles al este de Elizabetes iela, muy cerca de nuestro hotel, y algunos diseñados por Mijail Eisenstein, padre del célebre cineasta. En este tipo de arquitectura sobresale la ornamentación a base de flores, monstruos, máscaras y figuras grotescas en lo alto de los edificios, algunos realizados con azulejos coloristas. El autocar nos esperaba en el parque Esplanade, muy cerca del Museo de Arte Nacional Letón, y acomodados en él realizamos una vista panorámica circunvalando la ciudad, para así contemplar algunos edificios a los que, debido a la lejanía, resultaba difícil acceder a pie.
Bajamos del autocar en Latviesu strėinieku laukums (plaza de los Fusileros) situada al este del puente Akmens, donde en otro tiempo se encontraba el mercado central de Riga. El casco antiguo de la ciudad (Vecriga), en su mayor parte peatonal, ha sido declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, y se prolonga 1 kilómetro por el lado oriental del río Daugava y 600 metros tierra adentro. A su alrededor se extiende toda una circunvalación de parques, avenidas y canales creada en el siglo XIX, más allá de la cual se encuentran la parte nueva de la ciudad, los barrios residenciales y los enclaves industriales soviéticos.
En la plaza Latviesu strėinieku se encuentra la estatua de los Fusileros, de color rojo oscuro, dedicada a ocho regimientos creados en la Primera Guerra Mundial para luchar en el Ejército Imperial Ruso; y de aquí parte la Kaļķu iela, una calle estrecha y semipeatonal que divide el casco antiguo en dos mitades; luego se ensancha y se convierte en Brivibas bulvāris, pasando a continuación por el monumento a la Libertad, erigido en 1935, que está coronado por una figura femenina de bronce, que sostiene tres estrellas que representan las tres regiones de Letonia; este monumento se convirtió más tarde en el centro del movimiento independentista, que comenzó el 14 de junio de 1987 cuando 5000 personas se reunieron ilegalmente en el lugar para conmemorar a las víctimas del movimiento estalinista.
Nada más bajar del autocar vimos el Ayuntamiento, construido en 2002; la casa de las Cabezas Negras, de 2001; la estatua de Roland… y paseamos por su callejuelas, apreciando las tallas y esculturas que adornan los edificios. Mirando hacia lo alto, descubrimos el chapitel de la iglesia de San Pedro, reconstruido tres veces, siempre en estilo barroco. Mide 123,25 metros y subimos en un ascensor hasta los 72 metros, desde donde se divisa una extraordinaria panorámica de la ciudad.
Detrás de la iglesia de San Pedro se levanta la iglesia gótica de San Juan, utilizada para conciertos de música clásica y órgano, y el Konventa Sĕta, antiguo convento franciscano convertido en hotel. Pasamos a continuación a la otra mitad del casco antiguo, donde vimos la catedral de Santa María y su claustro, la casa de los Tres Hermanos, la iglesia gótica de Santiago, la Puerta Sueca, la Torre de la Pólvora, la casa del Gato…, en fin, una gran cantidad de edificios de enorme encanto, a pesar de que muchos de ellos son reconstrucciones, totales o parciales, realizadas tras la Segunda Guerra Mundial, incluso algunas después de que el país alcanzara su independencia.
Comimos en el restaurante Lavonija, en el mismo centro de Riga; no comento la comida, pues en todos los locales se repite prácticamente el mismo menú: la misma crema de remolacha, el mismo arroz, pan bastante escaso y el agua de la jarra siempre con gajos de limón flotando en la superficie…
Después de comer nos llevaron a visitar el Museo Etnográfico al Aire Libre, en las afueras de Riga, a orillas del lago Jugla, a donde llegamos después de soportar una docena de kilómetros de tráfico intenso. Se trata de un museo creado en 1924 y dedicado a las tradiciones locales: viviendas campesinas, granjas, molinos, casas de pescadores, una taberna…; pero no mejor, sin duda, que el museo del Pueblo de Asturias, en Gijón.
Por la noche, la cena (sin comentarios) tuvo lugar en el Lido Atpŭtas Centrs, en las afueras de Riga, al lado del Daugava; se trata de una especie de parque de atracciones en el que se representan todos los tipos de viviendas letonas y donde se pueden degustar todas las especialidades de la gastronomía local. El centro fue creado en 1999 y pudimos comprobar que el ambiente era típicamente letón.
Amaneció el sábado, día 6 de agosto, y después de desayunar en el hotel, abandonamos Riga con destino a Tallin, haciendo escala, por el camino, en el parque nacional de Gauja. Bajamos del autocar en Sigulda, donde nos encontramos con las ruinas de un castillo medieval del siglo XIII, y a su lado otro nuevo, construido en 1867. Desde aquí se nos ofrece una bonita vista del río Gauja, con el castillo de Turaida al fondo, sobresaliendo en un bosque de pinos y abetos.
De nuevo en el autocar, nos acercamos a ver el castillo de Turaida, paseamos por su patio principal y subimos a la Torre de las Mazmorras, lo que nos permitió obtener una visión panorámica del valle. Muy cerca del castillo vimos la iglesia, de mediados del siglo XVIII, a la que en 1808 se añadiría la torre neobarroca. Desde aquí llegamos al Jardín de las Dainas, con esculturas en piedra que simbolizan a los héroes letones que se inmortalizan en las “dainas”, canciones tradicionales del país que expresan acontecimientos como el nacimiento, las bodas y la muerte.
Todo el parque de Gauja parece impregnado de una atmósfera de leyenda, inspirada en un hecho real acaecido cuatro siglos antes. En el año 1601 una bella niña de Sigulda, llamada Maija, fue llevada al castillo de Turaida después de ser encontrada entre los heridos de una batalla que sostuvieron Suecia y Polonia. Ya desde pequeña se enamoró de Viktors, un jardinero del castillo de Sigulda, con quien se encontraba en secreto dentro de una cueva a mitad de camino entre los dos castillos. Un día, un desertor del ejército polaco la secuestró e intentó violarla y, para librarse, intentó, a cambio de su libertad, ofrecerle un collar que, según ella, poseía poderes mágicos protectores. Sin embargo, no le sirvió de nada, pues el soldado la mató con su espada, aunque fue luego capturado y colgado por el crimen cometido. En el parque, muy cerca de la iglesia, una lápida y un tilo conservan la memoria de la “Rosa de Turaida”.
Comimos en el mismo parque de Gauja; la estructura de madera del restaurante armonizaba en extremo con el entorno; a su lado, en un pequeño lago artificial, una barca flotaba en el agua, cuya superficie cubría un manto de nenúfares.
Por la tarde, reemprendimos la marcha hacia el norte, camino de la frontera con Estonia, en dirección a Tallinn. El cielo comenzó a encapotarse y, de pronto empezaron a caer finas gotas de agua de lluvia; mientras, sin problema alguno, atravesamos el puesto fronterizo.
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