El día 2 de agosto, salimos de Plovdiv en dirección noreste, camino de Veliko Tarnovo, haciendo tres paradas intermedias.
La primera tuvo lugar en Shipka para contemplar el principal monumento, la llamada catedral de Shipka, edificada en 1902 en memoria de los soldados rusos caídos durante la batalla de Shipka que enfrentó a un destacamento del ejército ruso apoyado por voluntarios búlgaros contra un ejército otomano cuatro veces mayor, liderado por Solimán Bajá en 1877. Esta batalla se considera de crucial importancia para la posterior liberación de Bulgaria y simboliza la lucha contra la dominación otomana. La iglesia, que reproduce el estilo de la arquitectura religiosa rusa del siglo XVII, tiene planta cuadrada cruciforme, con bóveda en el centro y tres ábsides. La entrada principal, en la fachada occidental, consta de tres arcos. Junto a esta fachada está adosado el majestuoso campanario de 53 m. de altura. Para fundir las 17 campanas que lo componen se emplearon 30 toneladas de cascos de los proyectiles que fueron disparados durante la batalla. El iconostasio está tallado en madera de tilo a la que se aplicó pan de oro. Las paredes están cubiertas de pinturas con escenas del Viejo y Nuevo Testamento y también con composiciones que reflejan la historia de Bulgaria y Rusia. En la cripta reposan, en 17 sarcófagos, los restos de los caídos en la guerra. En 1970 el monasterio de Shipka fue declarado Monumento Histórico Nacional.
A continuación visitamos la tumba tracia de Kosmatka, uno de los más impresionantes monumentos de la civilización tracia, que data del siglo IV a.C. y es la principal muestra de la cultura de este antiguo pueblo. Los arqueólogos creen que es la tumba del rey de los tracios Seuthes III (Golyama Kosmatka), cuya poderosa dinastía tenía la residencia en la ciudad de Seutopolis, cerca de Kazanlak. La tumba consta de tres cámaras unidas, una de las cuales contiene el sepulcro del rey y algunas piezas destacables en oro y plata.
Luego nos desplazamos hacia el Valle de las Rosas, famoso por su centenaria industria del cultivo de la rosa damascena, que produce alrededor del 80 % del aceite de rosas del mundo. Esta flor fue introducida en el centro de Bulgaria por los turcos en el siglo XIX. El suelo y el clima de la región resultaban perfectos para su cultivo, de tal forma que en el siglo XX la producción de aceite de rosa se había convertido en una floreciente industria. Las rosas crecen en plantaciones que ocupan más de 30 km a lo largo del valle entre Karlovo y Kazanlak. Florecen de finales mayo a mediados de julio y son recolectadas entes del amanecer para preservar su aceite. Se necesitan unas 3,5 toneladas de pétalos para producir 1 kilogramo de aceite de rosa, cuyo valor ronda los 6000 euros. El Festival de la Rosa de Kazanlak dura una semana y vive su momento cumbre el primer fin de semana de junio con música y baile.
Después de comer en el restaurante Kransko Hanche, en el término de Kazanlak, nos encaminamos a Veliko Tarnovo, donde llegamos después de recorrer unos 80 kilómetros.
Veliko Tarnovo, con sus 67.000 habitantes, es el centro cultural del norte de Bulgaria y su actividad económica se centra fundamentalmente en el turismo y en la industria textil. Situada 250 km de Sofía y a orillas del río Yantra, la ciudad fue fundada por los tracios y en la época de mayor esplendor del imperio búlgaro, en la alta edad media (1185-1393), fue la capital del país. En Veliko Tarnovo el zar Ferdinand declaró la independencia de todos los territorios búlgaros el 5 de octubre de 1908. La ciudad disfruta de un espectacular emplazamiento en la ladera de una montaña, una bella arquitectura y abundantes monumentos históricos, lo que la convierte en una de las ciudades más hermosas del país. Sus casas altas y estrechas se asoman al borde de las paredes verticales que se alzan en la orilla de los meandros del Yantra, mientras que al este se encuentran las ruinas de la majestosa fortaleza de Tsarevets, una de las tres colinas sobre las que se construyó la ciudad; las otras dos son la de Trapezitsa y la de Sveta Gora.
En Veliko Tarnovo nos hospedamos en el hotel Bolyarski, situado en el número 53 de la calle Stefan Stambolov. Desde la ventana de nuestra habitación pudimos disfrutar de una espléndida panorámica del caserío encaramado sobre los meandros del río Yantra; la Galería de Arte “Boris Denev”; el monumento Asenid, inaugurado en 1985, en el que aparecen representados Asen, Petûr, Ivan Asen II y Kaloyan a lomos de sus caballos junto a una grandiosa espada…: una visión inolvidable.
Acompañados por el guía, realizamos una visita a pie por la calle Sava Ranovski, donde se aglomeran tiendas de todo tipo de artesanos, y la calle Gurko, con su arquitectura tipo resurgimiento nacional, hasta llegar a la fortaleza de Tsarevets, emplazada sobre una colina rocosa rodeada casi por completo por el río Yantra. Esta fortaleza, cuyos muros llegan a alcanzar un espesor de 3,6 metros, posee dos puertas: la principal, al oeste, por la que entramos, y la Asenova, por la que accedían los artesanos que vivían en el barrio de Asenova, bajo la fortificación. Vimos a nuestra derecha la torre de Balduino, en la que en el siglo XIII estuvo encarcelado Balduino de Flandes, y por la que entraban los mercaderes extranjeros que vivían extramuros. Pasamos al lado de las ruinas del Palacio Real, del siglo XII; accedimos a la iglesia del Patriarcado, también del siglo XII, encaramada en el punto más alto de la fortaleza, y también llegamos hasta la roca de las ejecuciones, en el extremo norte, desde donde se empujaba al vacío a los traidores y enemigos.
De regreso hacia el hotel, nos detuvimos en la Catedral de la Natividad de María, con sus cúpulas verdes visibles desde muchos puntos de la ciudad.
Por la noche cenamos en el restaurante Hadji Nikoli, en el número 19 de la calle Sava Ranovski, donde en una mesa para dos personas celebramos muy alegremente el santo de Ángeles. El encargado del restaurante, que habla un español aprendido autodidactamente, nos sugiere tengamos cuidado con los rumanos: según él, son malas personas.
Al día siguiente, por la mañana, vimos la casa del Monito, de 1849, con la estatua en la pared del mono que le da nombre. Es una casa cuya entrada de la planta baja se encuentra a nivel de calle, mientras que en la parte trasera se accede a través de los pisos superiores en voladizo, algo parecido a lo que sucede en nuestro hotel, el Bolyarski, en el que el piso cero del ascensor corresponde a Recepción, existiendo otros muchos pisos por debajo que llevan numeración negativa.
Una vez acomodados en el autocar, emprendimos el viaje hacia la frontera rumana, delimitada por el río Danubio, que deja a su derecha la localidad de búlgara de Ruse, mientras que a la izquierda el pueblo de Giurgiu pertenece a la vecina Rumanía. A 93 kilómetros de Veliko Tarnovo nos detuvimos a visitar el complejo monacal de Ivanovo. Este complejo, que fue declarado en 1979 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, está constituido por un conjunto de iglesias, capillas y monasterios tallados en la roca de la montaña, en las orillas elevadas del río Rusenski Lom, a 32 metros sobre el nivel del agua. El lugar data, aproximadamente, del año 1320, en el que Joaquín, futuro patriarca de Bulgaria, fundó la primera comunidad monacal; a partir de entonces y hasta el siglo XVII, los monjes excavaron un total de cuarenta iglesias y aproximadamente unos trescientos edificios, mucho de los cuales no se conservan en la actualidad. La fama de estos “monasterios” se debe a sus frescos de los siglos XIII y XIV, que son considerados ejemplos extraordinarios del arte búlgaro medieval.
Después de abandonar Ivanovo, continuamos hasta Ruse, puesto fronterizo en el que cambiamos el autocar por otro de matrícula rumana, y abandonamos a nuestro guía búlgaro, que regresó a Sofia a hacerse cargo de otra expedición.
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