lunes, 28 de febrero de 2011

A la sombra del Teide


En fechas recientes, y en compañía de mi esposa, he estado durante una semana en Tenerife, concretamente en Puerto de la Cruz y alrededores, disfrutando de un tiempo verdaderamente primaveral: no en vano "Tenerife tiene seguro de sol", según canta una vieja melodía. Aunque en tiempos lejanos Puerto de la Cruz desarrolló un tráfico marítimo de mercancías muy considerable, pues de allí salían al exterior los productos agrícolas procedentes del valle de la Orotava, hoy día su actividad portuaria se ha reducido prácticamente a la pesca, a la vez que desde hace medio siglo la villa se ha ido convirtiendo en un enclave turístico de primer orden, dotado de unas 30 000 camas, lo que le confiere un cierto grado de masificación, aunque en ningún momento resulta agobiante.
Observé en Puerto de la Cruz más gente que en otras ocasiones, quizá debido a la disminución del turismo en los países del norte de África, sujetos a las inestabilidades políticas de todos conocidas. También me pareció mayor el número de sudafricanos vendedores de relojes, baratijas y bisutería, deambulando por las terrazas de las cafeterías. Pero la amabilidad de los isleños en el trato con los turistas sigue siendo, como siempre, de primera calidad. Buen clima, amabilidad y precios asequibles constituyen los tres pies sobre los que se apoya el auge del turismo en la isla.


Por lo demás, todo sigue como siempre. La antigua avenida del Generalísimo ha pasado a denominarse avenida de la familia Bethencourt y Molina. ¡Qué manía esta de cambiar los nombres de las calles, como si con ello se pudiese borrar una historia que está por encima de las corporaciones municipales!
En los siete días de estancia en Puerto de la Cruz, el cielo casi siempre limpio hizo posible divisar con total nitidez la cumbre del Teide, nevada en su vertiente norte, imponiendo su majestad sobre toda la isla. El dios del clima tinerfeño se comportó con nosotros con gran benevolencia y nos hizo partir con el deseo de un pronto regreso. Esperemos que se cumpla.

domingo, 27 de febrero de 2011

Reflexiones futboleras

El barón Pierre de Coubertin decía que “lo importante no es ganar, sino participar”. Discrepo totalmente, pues la mayor parte de los que participan en una competición lo que desean es ganar; y cuanto más holgadamente, mejor. Y en lo que respecta al fútbol lo importante siempre es ganar, sea como sea, y no bajar de categoría, aunque la calidad del juego exhibido resulte en ocasiones francamente desastrosa. Y quien dude de esto que le pregunte, por ejemplo, a Mouriño si prefiere ganar jugando mal -como le sucede al Real Madrid bastantes veces- o, por el contrario, jugar bien y acabar perdiendo. Creo que todo el mundo estará de acuerdo en cuál sería la respuesta del conspicuo entrenador.
Esta breve y sencilla consideración viene a cuento de los últimos partidos de fútbol jugados por el Real Sporting de Gijón. A pesar de mi acendrado “sportinguismo”, soy plenamente consciente de lo que veo semana tras semana en la pantalla del televisor, siempre con los nervios a flor de piel y esperando lo peor. Me refiero, en concreto a los partidos contra el Valencia y el Zaragoza, en los que nuestro club gijonés se mostró incapaz de marcar ni un solo gol. Los comentarios de prensa más benévolos califican a ambos partidos de soporíferos, más propios de un patio de colegio que de una competición de primera división.
Sin embargo, los resultados están a la vista de todos: dos empates que significan dos puntos, que posiblemente sirvan al final de la temporada para conseguir la permanencia. Quizá si el Sporting no hubiese regalado el partido al Barça en la primera vuelta, conforme aseguró en su día el Sr. Mouriño, la situación sería muy diferente, y no nos veríamos ahora precisados a ir a ganar a Madrid en el Santiago Bernabeu. Quiera Dios que así suceda.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Nos la meten doblada

Este año, concretamente el día 1 de enero, ha subido el “recibo de la luz”. Y los cálculos revelan que la subida ha sido del 9,8 % (recordemos el valor normal de la aceleración de la gravedad). Sin embargo, hay que tener en cuenta que una parte importante de lo que nos facturan en el recibo corresponde al IVA (actualmente del 18 %) y al llamado “impuesto eléctrico”. Este último, creado por el artículo 7 de la Ley 66/1997, sobre Medidas Fiscales, Administrativas y del Orden Social, que entró en vigor el 1 de enero de 1998, tiene como objetivo básico lograr los recursos necesarios para compensar la supresión del recargo en concepto de “coste específico asignado a la minería del carbón”, e incluye también la amortización a las empresas eléctricas de los gastos originados por la moratoria nuclear, así como el desarrollo de energías renovables, tales como la solar.
El importe de este impuesto eléctrico se obtiene aplicando el 5,113 % a la suma de los apartados correspondientes a la potencia contratada y a la energía consumida por cada usuario.
Hasta aquí todo parece correcto, aunque habría que analizar a fondo la posible ilegalidad de aplicar este impuesto a la potencia contratada, pues esta no es un bien consumido realmente por el usuario; pero, en fin…
Lo que ya no parece de recibo es que al impuesto eléctrico se le aplique al final el IVA: un impuesto sobre otro impuesto. ¿Qué explicación se le puede dar a esto? La única que encuentro no deja de ser razonable: el IVA del impuesto eléctrico se aproxima a los 200 millones de euros anuales. ¿Quién le va a hacer ascos a un regalo tan apetitoso?