sábado, 27 de agosto de 2011

Dos días en Lituania

Llegamos al aeropuerto de Riga el día 1 de agosto en un vuelo de AirBaltic procedente de Madrid y, tras pasar la noche en el Albert Hotel, el día siguiente por la mañana nos dirigimos en autocar hacia Lituania, atravesando la planicie central, boscosa y húmeda, con casas de aspecto humilde. Dejamos a un lado Panevėžys, conocida como “la Chicago lituana”, debido a su gran nivel de delincuencia y a su reconocida actividad mafiosa, y hacia el mediodía llegamos a Kaunas, la segunda ciudad del país.
Kaunas tiene una población de unos 400.000 habitantes, se encuentra extendida en la confluencia de los ríos Nemunas y Neris y, aparentemente al menos, no tiene mucho interés, aunque, según nos cuentan, es un centro industrial, cultural y educativo muy próspero, que goza de cierta fama en España debido a su club de baloncesto, el Žalgiris Kaunas, y a sus jugadores Sarûnas Marčiulionis, el primer lituano que jugó en la NBA en 1989, y Arvydas Sabonis, un gran pívot que militó durante varios años en la liga ACB española, en Valladolid y en el Real Madrid, en los años noventa del pasado siglo.
En Kaunas recorrimos la Laisvės alėja, que es como se denomina en lituano la avenida de la Libertad, que tiene una longitud de 1700 m, y en la que hasta el año 2000 estaba prohibido fumar. Divisamos a lo lejos, en su extremo este, la iglesia de San Miguel Arcángel, neobizantina, construida en 1895 para los ortodoxos rusos y convertida más tarde por los soviéticos en un museo dedicado a la vidriería en color. Comimos en Avilys, una cervecería situada en Vilniaus gatvė, en cuyo comedor, ubicado en el sótano, pudimos admirar la antigua destilería. En la terraza, lo mismo que en muchas otras, vimos a los clientes abrigándose con mantas para resguardarse del frío: aquí, como en toda Lituania, se llegan a alcanzar en invierno temperaturas bajísimas, de hasta 15 grados bajo cero.
Siguiendo por Vilniaus Gatvė nos encontramos con la catedral de san Pedro y san Pablo, reconstruida en estilo barroco, aunque conserva en las ventanas las formas góticas originales del siglo XV. Muy cerca, la plaza Mayor, con bellas casas de comerciantes alemanes de los siglos XV y XVI y el antiguo ayuntamiento del siglo XVII, llamado el “Cisne blanco”, por su forma y color.
Vimos, por último, lo que queda del castillo de Kaunas, del siglo XIII: una torre reconstruida, varios trozos de muralla y parte del foso. Y nos marchamos hacia Vilnius, sin visitar, como estaba previsto, el monasterio de Pažaislis, situado muy cerca de la orilla del mar de Kaunas, una gran lago artificial a 9 kilómetros al este.
En Vilna nos hospedamos en el hotel Panorama, en Sodų gatvė, un hotel de la era soviética con una fachada kitsch de azulejos de color marrón, con instalaciones muy deficientes -incluso sin armario en las habitaciones-, pero con estupendas vistas al norte del casco antiguo. Por otra parte, en todas las repúblicas bálticas las ventanas de las habitaciones de los hoteles -al menos, en los que hemos estado- carecen de persianas; solo tienen cortinas. Por eso, cuando comienza a salir el sol, a las cuatro y media de la mañana, toda la habitación aparece iluminada como si fuera el mediodía.
En Vilna, lo mismo que en todo el país de Lituania, la moneda en vigor es el litas (en plural, litai), que equivale a unos 0,29 €. Situada en su mayor parte en la orilla sur del río Neris, el corazón de la ciudad es la plaza Katedros aikštė, con la catedral y la colina de Gediminio como telón de fondo. En esta plaza, que vibra con el ajetreo cotidiano (Vilna tiene actualmente unos 560 000 habitantes), una baldosa en forma de estrella (Stebukla) señala el lugar en que terminaba la cadena humana formada de dos millones de estonios, letonios y lituanos en señal de protesta contra la ocupación soviética en 1989.
El casco antiguo de Vilna es el mayor conjunto barroco de Europa, está repleto de agujas de iglesias católicas y ortodoxas, y en 1994 fue declarado por la Unesco Patrimonio Mundial. De las nueve puertas que tenía su muralla, solo una se conserva intacta: la puerta de la Aurora, muy cerca de nuestro hotel. De norte a sur, a lo largo de kilómetro y medio un eje urbano constituido por tres calles consecutivas (Pilies, Didžioji y Aušros Vartų gatvė) divide el centro de la ciudad en dos partes asimétricas. En todo el casco antiguo músicos callejeros, tenderetes de souvenirs, talleres de artesanía, boutiques de diseño y un gran número de tesoros arquitectónicos llaman en todo momento la atención de los paseantes; muchas de las personas de nuestro grupo se paran de continuo en los tenderetes, en búsqueda de objetos con que obsequiar a sus familiares y conocidos; nosotros, más modestos, nos conformamos con pines magnéticos para colocar, de recuerdo, en la puerta del frigorífico. Desde luego, lo más solicitado son los objetos de ámbar, que se encuentran en todas partes: en tiendas, escaparates, puestos de venta…; parece mentira que en todos estos años el ámbar no se haya ya agotado.
En Vilnius, la ciudad que dicen de las 1 200 edificaciones medievales, destacan la Universidad, con sus treces patios interconectados; el Palacio Presidencial; iglesias como las de San Juan, San Miguel, Santa Ana, Santa Teresa, el Espíritu Santo… hasta 48 en total; sin olvidar la bohemia de la república de Užupis, nacida “oficialmente” en 1998, y que cuenta con su propio presidente, su himno, sus banderas y una Constitución muy peculiar.
La Ciudad nueva (Naujamiestis) solo la vimos desde el autocar, pero pudimos apreciar su calle principal, Gedimino prospektas, de 1 700 m de longitud, repleta de tiendas, bancos, hoteles, oficinas, plazas con jardines y edificios oficiales. También contemplamos desde el autocar la silueta inconfundible de la torre de televisión, de 165 m de altura, desde la que algunos audaces practican puenting y en la que han instalado un restaurante giratorio que ofrece -según dicen- unas vistas espléndidas de la ciudad.
El día 3, después de comer en un restaurante situado en la plaza del Ayuntamiento, en el centro mismo de Vilnius, fuimos de excursión hasta Trakai, pequeña población de unos 6000 habitantes, situada en una lengua de tierra entre dos lagos a unos 28 kilómetros al oeste de Vilnius. En esta localidad residen 12 familias de karaites (60 personas en total); se trata de una comunidad de colonos turcos, originaria de Bagdad, que adoptó el judaísmo y cuyos descendientes fueron traídos hasta aquí desde Crimea hacia el año 1400 para servir de guardaespaldas. Pero lo verdaderamente atractivo de Trakai es su castillo “de hadas” de color rojo, ocupando casi la totalidad de una isla en el lago Galvė, a cuya orilla está unido por un puente peatonal. Su construcción fue iniciada por el Gran Duque Kastutis en el siglo XV, considerando que el lugar era inexpugnable; sin embargo, él no pudo disfrutar del castillo en vida, y fue su hijo Vytautas quien finalizó la obra. Precisamente este mismo Vytautas construyó en Kaunas una iglesia gótica a orillas del río Nemunas.

Por la noche nos llevaron a cenar al restaurante Belmontas, en el parque Pavilnys, situado en un entorno verdaderamente paradisiaco. Todo un placer los estanques, cascadas y surtidores, así como el comedor, rural hasta la saciedad. Estuvimos junto a otro grupo análogo al nuestro, de portugueses, y un conjunto folclórico amenizó la velada. Pero la comida resultó muy mala…Y tengo que reconocer que la calidad de la comida se convirtió en una constante negativa que había de perpetuarse día tras día a todo lo largo de nuestro viaje.
El día siguiente, 4 de agosto, por la mañana, después de desayunar, salimos de Vilnius en dirección a Riga. En el trayecto hicimos una parada en la Colina de las Cruces, cerca de Šiauliai, una loma cubierta de miles de cruces, crucifijos y rosarios, que constituye una de las imágenes más entrañables de Lituania y muestra la fuerza del catolicismo en este país. Las cruces comenzaron a aparecer en esta colina después de la represión de los levantamientos que tuvieron lugar en 1831 contra la Rusia de los zares. El régimen soviético desmanteló la colina en varias ocasiones, pero las cruces siguieron apareciendo y hoy día se cuentan por millones procedentes de todo el mundo. Se trata de una mezcla de religiosidad, superstición y costumbrismo, que convierte el lugar en algo muy típico que todas las guías de turismo recomiendan visitar.
Comimos en Šiauliai y poco después atravesamos la frontera de Lituania hacia el norte, en dirección a Riga.

viernes, 26 de agosto de 2011

Por tierras del Norte

Este verano -que ya muy pronto se va a terminar- mi mujer y yo realizamos, junto con un grupo bastante numeroso de amigos y conocidos, un viaje por Europa, concretamente a Estonia, Letonia, Lituania y San Petersburgo. Los tres primeros, llamados repúblicas bálticas, son países muy jóvenes, cuyo nacimiento tuvo lugar el 6 de septiembre de 1991, fecha en la que se escindieron, como gajos de fruta madura, de la antigua URSS. Desde entonces, luchando contra viento y marea, han sido resurgiendo de su antigua miseria, construyendo nuevas carreteras, hoteles y balnearios, rehabilitando túneles ferroviarios, creando plantas de tratamiento de aguas residuales, clausurando instalaciones nucleares en deplorable estado de funcionamiento…. y convirtiéndose, en definitiva, en un destino turístico muy apreciado por los países occidentales, cuyas lenguas, incluso el español, se escuchan de continuo en las calles de Vilnius, Riga y Tallinn.
Son países muy pequeños en extensión, pues los tres juntos apenas superan la tercera parte de la superficie de España, pero su lucha actual por relanzar sus economías aún maltrechas puede servir de ejemplo al mundo occidental. No obstante, todavía existe un sector considerable de la población de estos países que añora con nostalgia la anterior era soviética, caracterizada por un cierto reparto de la pobreza, y en la que las necesidades sanitarias y educativas corrían totalmente por cuenta del Estado. Hoy día la población está envejeciendo y disminuyendo. Los inviernos son largos, crudos y fríos, cubriendo de nieve la mayor parte de su territorio, predominantemente llano con más de 9000 lagos y 1000 islas, todas ellas en Estonia. Abundan los bosques - principalmente de pino, abedules, alisos y álamos- y los parques nacionales, y existe una gran preocupación por los temas medioambientales, en especial por la actividad industrial y la contaminación del mar Báltico, debida a los vertidos de residuos a los ríos, a las aguas sin tratar, al transporte de petróleo….
La gastronomía báltica se basa en la carne, con poca sal, pan negro de centeno, crepes, salchichas y productos lácteos. Un típico plato principal consiste en un corte de carne o pescado frito o asado, acompañado de patatas y verduras hervidas.
El agua del grifo no suele resultar fiable, por lo que debe consumirse agua embotellada. Una bebida típica es la cerveza, existiendo excelentes marcas comerciales, como Saku en Estonia, Aldaris en Letonia y Utenus alus y Švyturys en Lituania. También se consume el bálsamo negro, de Riga, que se produce en Letonia desde 1752, con un contenido alcohólico de 45º y que tiene, entre otros ingredientes, cáscara de naranja, corteza de roble, carcoma y flor de tilo. En general, en las capitales los precios en bares y restaurantes son semejantes a los españoles, salvo en Tallinn, que hace honor en sus terrazas al alto nivel de vida de los excursionistas finlandeses.
San Petersburgo es otra cosa diferente, es otro mundo muy distinto…De todo ello, de lo más importante de estos países y de las impresiones que obtuve de cada uno de ellos, iré escribiendo en entradas sucesivas de este blog.

martes, 23 de agosto de 2011

Un nuevo Clístenes

Fue en el siglo V antes de Cristo cuando el político ateniense Clístenes instauró el ostracismo. Era una medida preventiva que consistía en condenar al destierro durante diez años a aquellos ciudadanos que se considerasen peligrosos para la ciudad. Una vez al año la Asamblea ateniense discutía si era o no procedente aplicarlo; y si la decisión final resultaba ser afirmativa, cada miembro de la Asamblea escribía el nombre del sospechoso sobre un ostracon de cerámica u otro material similar. Si un ciudadano recibía 6000 o más votos desfavorables, se veía obligado a abandonar la ciudad, pudiendo regresar a ella al cabo de diez años. El ostracismo fue empleado como arma política contra ilustres atenienses, tales como Arístides, Cimón y Temístocles. Se cuenta, incluso, que el propio Clístenes fue castigado con el destierro.
Saco a colación el tema de Clístenes y el ostracismo porque acabo de leer en la prensa que el Sr. Rubalcaba, si gana las elecciones el próximo 20 de noviembre, tiene previsto, como primera medida, promulgar una ley que apruebe la eutanasia.
¿Le sucederá a D. Alfredo con esta ley lo mismo que a Clístenes con el ostracismo?