sábado, 22 de enero de 2011

Se acaba el chocolate


Toda la Tierra tenía una misma lengua y usaba las mismas palabras.
(Génesis, 11.1)

Yo siempre creí que la utilización de una única lengua resultaría, en general, beneficiosa, en el sentido de que favorecería la comunicación fluida entre las gentes. Esta unificación lingüística ejercería también su influencia en muchos otros ámbitos de la actividad humana, ¡incluso en del de la Arquitectura! Buena prueba de ello la tenemos en el suceso tan conocido de la torre de Babel, cuya construcción tuvo que ser suspendida a causa de la falta de entendimiento entre los trabajadores de la obra, que comenzaron a expresarse en idiomas muy dispares.
Otro partidario del monolingüismo fue el oftalmólogo polaco de origen judío Ludwig Lazarus Zamenhof, quien hace más de un siglo dedicó diez años de su vida a diseñar un nuevo idioma, el esperanto, que sirviese como lengua auxiliar internacional. No tuvo suerte el bueno de Zamenhof, pues no logró que país alguno adoptase el esperanto como lengua oficial, aunque se estima que en la actualidad lo hablan entre cien mil y dos millones de personas.
Hoy día puede decirse que el lugar del esperanto lo ocupa el inglés, que se ha convertido prácticamente en un idioma universal. Los científicos hablan y escriben en inglés sus comunicaciones en congresos y revistas; y nadie que desconozca el inglés se aventura a viajar solo por países europeos….
Por eso, me causa verdadera extrañeza la postura de muchos “nacionalistas” obstinados en encumbrar su lengua vernácula por encima del castellano, al que desean sustituir y, si fuera posible, eliminar. Esta situación, que les acarrearía sustanciosas prebendas (puestos docentes y académicos, traducciones, subvenciones estatales, etc.), alcanzó hace unos días su punto álgido al permitirse en el Senado la presentación y defensa de mociones en cinco “lenguas” (castellano, catalán, euskera, gallego y valenciano), acompañadas de su correspondiente traducción simultánea, con “pinganillo” incorporado, lo que significa, según dicen, un gasto de 12000 euros por sesión; o, lo que es lo mismo, unos 350000 euros anuales: mucho dinero en una época de crisis económica..
Dice un refrán muy antiguo que, “cuando el diablo no sabe qué hacer, mata moscas con el rabo”. No niego que si la situación económica de nuestro país fuese boyante, tal vez podrían permitirse estos dispendios, estos ejercicios acrobáticos con el rabo, pero, estando como estamos, no parece que sea ético malversar el dinero de esta forma. Alguien podrá argüir que se trata del chocolate del loro, pero en esta España en que vivimos cada vez hay más loros, tantos que nos estamos quedando sin chocolate.

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