martes, 25 de septiembre de 2012

Hemos llegado a Bucarest

La ciudad de Bucarest (en rumano, Bucureşti) es la capital y ciudad más poblada de Rumania, así como su centro industrial, comercial y cultural. Está situada a orillas del río Dâmboviţa, que desemboca en el Argeş, un afluente del Danubio. Varios lagos -los más importantes de los cuales son el Floreasca, el Tei y el Colentina- se extienden a través de la ciudad, a lo largo del río Colentina, un afluente del Dâmboviţa. Además, en el centro de la capital hay un pequeño lago artificial -lago Cişmigiu- rodeado por los jardines del mismo nombre. Cişmigiu fue inaugurado en 1847 y, con base en los planes del arquitecto alemán Carl FW Meyer, los jardines son actualmente las principales instalaciones de recreo en el centro de la ciudad. Además de Cişmigiu, Bucarest posee varios grandes parques y jardines, entre ellos el parque Herăstrău y el jardín Botánico.
La ciudad cuenta con unos dos millones de habitantes, lo que la convierte, además, en la sexta ciudad más poblada de la Unión Europea.
Bucarest, como casi todas las ciudades importantes, tiene un fundador mítico. En este caso se trata de Bucur, un pastor que construyó allí su cabaña, entre los bosques de Valaquia, entonces Muntenia, a la orilla del río Dâmboviţa. El nombre derivado, bucurie, significa alegría; por lo tanto, Bucarest se puede entender como "ciudad de la alegría".
El origen de Bucarest está vinculado a la construcción de Curtea Veche en 1459, el nuevo palacio de Vlad Tepes. Curtea Veche se convirtió en la corte de verano del príncipe valaco y su familia. Bajo su reinado fue mercado de esclavos, lo que supuso un fuerte desarrollo económico de la zona y motivó el traslado de muchos rumanos, creándose así una nueva ciudad en expansión, que acabó convirtiéndose en la capital de Rumania en 1862 y consolidándose como el centro nacional de la comunicación, cultural y económico. Su ecléctica arquitectura mezcla estilos neoclásico, de entreguerras (Bauhaus y art deco), comunista y moderno. En el periodo de entreguerras, la arquitectura de la ciudad y la sofisticación de sus élites le valieron a Bucarest el apodo de "Pequeña París" (Micul Paris). Pese a que muchos edificios y distritos del centro fueron dañados o destruidos por la guerra, terremotos y el programa de sistematización de Nicolae Ceauşescu, la mayoría permanecieron en pie.
Económicamente, la ciudad es la más próspera de Rumania y es uno de los principales centros industriales y de transporte de Europa del Este. Como ciudad más desarrollada del país, Bucarest tiene también una amplia gama de instalaciones educativas. Posee dieciséis universidades públicas y diecinueve privadas. Estas últimas, sin embargo, tienen una dudosa reputación entre el público debido a irregularidades en el proceso educativo, así como casos de corrupción. Como en el resto de Rumania, las universidades de Bucarest están relativamente poco valoradas a nivel internacional, al menos en comparación con las americanas o las europeas occidentales. Pese a ello, en los últimos años ha crecido en sus universidades el número de estudiantes procedentes del extranjero, principalmente de Asia.
También hay alrededor de 450 escuelas públicas de primaria y secundaria en la ciudad, todas ellas administradas por la Inspección Municipal de Escolarización de Bucarest. Cada sector tiene su propia Inspección de Escolarización, que depende de la central municipal.
La economía de Bucarest se centra principalmente en la industria y los servicios; estos últimos han crecido enormemente en importancia en los diez últimos años. Bucarest es también el centro más grande de Rumania para la tecnología y las comunicaciones de la información.
Bucarest tiene el sistema de transporte público mayor de Rumania y el tercero más grande en Europa. Tiene también metro, tranvía, autobuses, trolebuses y trenes ligeros.
En Bucarest nos hospedamos durante dos noches el hotel Golden Tulip Victoria, en calea Victoriei, número 166; dispone de 82 habitaciones austeras, con vistosas sillas rojas frente a grandes ventanales. No obstante, el espacio de zonas comunes es muy reducido, así como el de las habitaciones, impropias de un hotel de cuatro estrellas.
La calea Victoriei, avenida de la Victoria, cruza Bucarest como una larga cicatriz desde el río Dâmboviţa hasta la plaza homónima, donde confluyen nueve grandes avenidas de la ciudad; es la calle que aglutina el Bucarest moderno. Por ella se sale hacia Estambul y por ella han desfilado los invasores extranjeros; una avenida flanqueada de edificios que hablan de épocas pasadas, de vida política, cultural y mundana que desapareció dejando un rastro urbano de noble arquitectura, ya un tanto caduca.
Hacía mucho calor en Bucarest. Pese a ello, decidimos salir a pasear por la calle Victoriei, pero muy pronto, sudorosos, tuvimos que dar la vuelta y regresar al hotel. Vimos una serie de edificios sin penetrar en su interior: el Palacio Romanit, que alberga el Museo de los Coleccionistas de Arte; el Palacio Ştirbei, antigua sede del Museo de Artes Aplicadas, un elegante edificio con columnas y cariátides, construido entre
1833 y 1835 por el arquitecto Joseph Hartl; la biserica Alba, que data de comienzos del siglo XVIII; el Ateneul Român, casi un símbolo de la ciudad, construido entre 1886 y 1888 por el arquitecto francés Albert Galleron, delante del cual se alza la estatua de Mihai Eminescu, poeta nacional rumano, obra del escultor Gheorghe Anghel; el Palatul Republicii, antiguo Palacio Real, cuya mayor parte está ocupada por el Muzeul Naţional de de Artă al Românie, la Piaţa Revoluţiei, donde se fraguó la caída del régimen de Ceauşescu en 1989; la Biblioteca centrală universitară, construida en estilo neoclásico para sede la Fundación Carol I por el arquitecto francés Paul Gottereau entre 1891 y 1895; el monumento a Carol I y, al lado, el monumento a la Revolución; la biserica Cretulescu, edificada en 1720-1722 y restaurada en 1933-1939, con fachada de ladrillo… Poco más. Regresamos al hotel sumamente acalorados.
 Unos chiquillos -no tendrían más de ocho años- mendigaban en la calle, descalzos sobre el asfalto ardiente. También observamos algunas parejas de perros vagabundos -se dice que en Bucarest llegan a 100.000-, que constituyen una reminiscencia de cuando Ceauşescu destruyó el centro de la ciudad y sus propietarios se quedaron sin corrales o espacio en casa para cobijarlos. Muchos miles de estos perros desaparecieron “casualmente” justo antes de la cumbre de la OTAN en 2008, para regresar a las calles poco después en un número aparentemente inferior. La mayoría son inofensivos, pero las mordeduras son un hecho y, desde luego, su aspecto “patrullando” las calles no resulta precisamente tranquilizador.
A la caída de la tarde, el autocar nos recogió en el hotel para llevarnos a cenar a la cervecería Caru´cu bere (Carro con cerveza), uno de los locales más típicos de la ciudad, ubicado en el número 5 de la calle Stavropoleos. Fue inaugurado en 1879 en estilo neogótico según los cánones de las cervecerías alemanas, reconstruido en 1924 y después restaurado. A finales del siglo XIX era el punto de reunión de los intelectuales de la capital. Aunque su oferta de platos, de cocina local e internacional, no es nada del otro mundo, ni demasiado variada, la fama de esta cervecería se debe al ambiente del local, con música en directo. De cuando en cuando, los camareros desfilan en una larga procesión al son de la música.
Casi enfrente de Caru´cu bere se puede admirar la biserica Stavropoleos, una de las iglesias más bellas de Bucarest, con elementos de estilo brancovino (como la decoración de los capiteles), el arquitrabe de piedra labrada, la portada de madera tallada y sus rejas de hierro forjado; posee un bonito pórtico de mármol con cinco arcadas polilobuladas y balaustrada bellamente labrada con motivos florales y figuras.
Al fondo de la calle, en la esquina de calea Victoriei, se ve un gran palacio que alberga el Museo Nacional de Historia y, muy cerca, la imponente mole del palatul Casei de Economii şi Consemnaţiuni (C.E.C.), Caja de Ahorros construida en estilo ecléctico por el francés Paul Gottereau entre 1896 y 1900, con gran cúpula central de vidrio y metal.
Regresamos andando al hotel, cansados, acalorados y un poco desilusionados.
El día siguiente (7 de agosto), último de estancia en Rumanía, el autocar nos llevó a hacer un recorrido por las zonas más interesantes de la ciudad, realizando paradas en aquellos lugares merecedores de una mayor atención. Pasamos por el bulevardul Regina Elisabeta, avenida de aspecto noble, dejando a nuestra derecha el grădina Cişmigiu y a la izquierda el palatul Primariei Municipiului Bucureşti, el ayuntamiento de la ciudad, construido en estilo tradicional rumano por Petre Antonescu en 1906-1910. El bulevardul Regina Elisabeta nos llevó hasta el jardin de la Opera Românâ, monumental teatro de formas clásicas inaugurado en 1954. Desde aquí, una vez cruzado el puente sobre el Dâmboviţa, vimos las iglesias de Sfântul Elefterie Nou y Sfântul Elefterie Veche y paramos finalmente en la inmensa plaza semicircular Constituţiei, situada delante del Palatul Parlamentului. Es este el mayor palacio del mundo después del Pentágono: se trata de un edificio de planta rectangular de 270 m x 240 m y de 84 m de altura.; su volumen (2,55 millones de metros cúbicos) supera a la pirámide de Keops; dentro hay 440 despachos, salones de recepción y representación, un enorme vestíbulo y misteriosos subterráneos que llevan a un búnker antinuclear. Desde 2005 es sede de ambas cámaras legislativas, si bien empezó como Casa del Pueblo, que debía acoger todas las instalaciones del estado. Es la plasmación en piedra del sueño faraónico de Ceauşescu; se construyó en cinco años, trabajaron en La obra más de 20.000 obreros, hombres de la Securitate -la policía secreta del Régimen- y más de 400 arquitectos. No es extraño, por tanto que el edificio esté mal visto e incluso sea odiado por gran parte de los habitantes de la capital. Sin embargo posee un atractivo innegable, tanto por su grandiosidad como por su riqueza decorativa, suavizada por la monumentalidad de los volúmenes. Se emplearon solo los materiales más nobles: mármol y cristal nacionales, así como las enormes cortinas, hechas en los monasterios de Oltenia y Bucovina. Algunos datos pueden darnos una idea acerca de lo extemporáneo de esta construcción: mientras el pueblo moría de hambre, los medicamentos escaseaban en los hospitales y la industria agonizaba, este edificio costó 3.300 millones de euros; para hacer sitio al edificio y sus alrededores, fue arrasada la sexta parte de Bucarest; es el segundo edificio del mundo en cuanto a superficie, y el tercero en volumen; en la década de 1980, cuando se iluminaba, el edificio consumía, en tan solo 4 horas, el suministro eléctrico de un día de toda Bucarest; la araña de cristal de la sala de los Derechos Humanos pesa 2,5 toneladas….
Nuestro guía, Alexandru, parece mostrar cierto grado de simpatía hacia la figura de Nicolae Ceauşescu; no lo asegura, pero lo deja entrever. Y puede que muchos rumanos opinen lo mismo, pese a que en su época escaseaba la comida y otras mercancías de primera necesidad, así como la electricidad. La represión, el racionamiento la mala atención sanitaria, la escasez de combustible, la policía secreta, las torturas, la desaparición de más de seis mil aldeas…. estaban a la orden del día. A su muerte -fue ajusticiado, junto con su esposa Elena, en 1989 en Targoviste- dejó como herencia un país con una base industrial obsoleta, improductiva, una agricultura en ruinas y una población desesperada.
Resulta difícil, 23 años después de su muerte, hacernos una idea clara acerca de la personalidad de Nicolae Ceauşescu. Nada mejor para ello que recurrir al libro Tras los pasos de Drácula del periodista y escritor Fernando Martínez Laínez: “La paranoia del Conducator (así era conocido el dictador) está documentada. Tenía tanto miedo a que le envenenaran la ropa, o le contagiaran alguna enfermedad mortal al estrecharle la mano, que todo su vestuario estaba bajo especial vigilancia en un gran almacén, e incluso llegó a lavarse las manos con alcohol después de dar la mano a la reina de Inglaterra. Su Graciosa Majestad, por cierto, en una colosal metedura de pata nombró a Ceauşescu Caballero, un título del que fue oficialmente desposeído unas horas antes de su ejecución, cuando el pueblo ya se había rebelado. Por miedo a los virus, o quizás a las pulgas inglesas, el dictador rumano se llevó, incluso, sus propias sábanas cuando visitó Gran Bretaña. En ese mismo viaje fue adulado rastreramente por sus divergencias políticas con Moscú, y el líder del Partido Liberal, David Steel, le regaló un cachorro de labrador, al que Ceauşescu puso el nombre de Corbu. Se encaprichó tanto con el animal que los rumanos terminaron llamando al can “camarada Corbu”. La vida de Corbu pronto fue digna de envidia. Le paseaban en limusina por las calles de Bucarest acompañado de una escolta motorizada. Corbu pasaba el día en una lujosa villa y por las noches dormía en la mansión del dictador. Al perro le fue concedido el rango de coronel del Ejército, y el embajador rumano en Londres tenía instrucciones de comprarle galletitas especiales en uno de los supermercados más lujosos de esta capital. Un cargamento que se enviaba a Rumanía por valija diplomática”.
Después de sacar las fotos de rigor en la piaţa Constituţiei, el autocar nos condujo por el bulevardul Unirii, avenida de 120 metros de anchura flanqueada por edificios monumentales. Esta avenida, que consta de cuatro calles separadas por una zona verde central, con fuentes de estilos heterogéneos, es el fruto de una intervención urbanística posterior al terremoto de 1977, que se tradujo en la demolición de un tercio del casco antiguo; hoy día es una zona residencial de lujo. Paramos en la piaţa Unirii, para ver Hanul lui Manuc (posada de Manuc), el mejor exponente civil de la arquitectura tradicional en Bucarest, con abundante uso de la madera en las dobles galerías, ventanas y revestimientos. Actualmente alberga un hotel y restaurantes. Se construyó en 1808 en el emplazamiento de un antiguo palacio del voivoda por el diplomático y comerciante armenio Manuc bei Mirzaian.
En la acera de enfrente, observamos Curtea Veche, las ruinas del palacio del voivoda, construido en 1459 por Vlad Ţepeş y remodelado por el voivoda Constantin Brâncoveanu a principios del siglo XVIII. El palacio fue abandonado a mediados del siglo XVIII y se convirtió en guarida de malhechores.
Al lado, fotografiamos la biserica Curtea Veche, la iglesia del palacio del voivoda, que es el edificio religioso más antiguo de la capital; fue construida en 1558-1559 por el voivoda Mircea Ciobanul (el pastor) y después retocada y restaurada muchas veces. En esta iglesia era donde se efectuaba la “unción” (coronación) de los voivodas entre mediados de los siglos XVI y XIX.
En la calle Smârdan, esquina con Lipscani, vimos la Banca Naţională a Romaniei, construida en 1885 en estilo neoclásico por los franceses Albert Galleron y Cassien-Bernard y, en la calle Şelari, la biserica di Sfântul Nicolae, construida a instancias de Sherban Cantacuzino en la segunda mitad del siglo XVII. Otro edificio importante es el Círculo Militar Nacional, palacio construido en 1912 según el modelo del neoclasicismo francés.
De nuevo en el autocar, nos dirigimos hacia el norte, por Şoseaua Kiseleff, larga avenida que es una de las más pintorescas de la ciudad. Lleva el nombre del gobernante ilustrado ruso Pavel Dmitrievich Kiselëv, con quien lograron su primer estatuto las provincias de Moldavia y Valaquia a mediados del siglo XIX. Es una zona residencial, con amplios espacios verdes, en medio de la cual se yergue majestuoso el Arcul de triumf, erigido en 1922 en conmemoración de la victoria en la Primera Guerra Mundial. El primitivo era de madera recubierta de estuco y fue sustituido por otro de granito, obra de Petre Antonescu (1936). Tiene una altura de 27 m y está decorado con bajorrelieves y un altorrelieve de la reina María y el rey Fernando (colocado en 1991, en sustitución del que se había quitado y destruido en época comunista). En la lejanía se divisa el palatul Presei Libere (palacio de la Prensa Libre), imponente edificio de estilo estalinista construido en 1950 para sede de Scânteia (La Chispa), órgano oficial del partido comunista. El nombre actual alude a la libertad de prensa recuperada en 1989, cuando se cerró el diario comunista y se instalaron aquí diversos periódicos. En el centro de la plaza hay un bloque granito rojo que servía de pedestal a una gran estatua de Lenin, inaugurada en 1960 y derribada en 1990.
Poco más adelante, nos paramos a visitar el Muzeul Satului (museo del Pueblo), situado dentro del gran parcul Herăstrău, que forma con el parcul Floreasca, que se encuentra al lado, la mayor zona verde de la capital, alrededor de los lagos del mismo nombre originados por el curso del río Colentina. El museo está constituido por más de 70 grandes edificios tradicionales y fue fundado en 1936 por Dimitrie Gusti (1880-1955), promotor de la escuela de Sociología de la Universidad de Bucarest. Está en un rincón de la capital donde pueden pasarse unas horas de tranquilidad absoluta, paseando por extensas praderas y curioseando por entre casas campesinas de formas extrañas para nosotros, con el mobiliario antiguo, pequeñas viviendas de pescadores pobres, iglesias de madera y molinos. Entre los edificios del museo son muy interesantes los de la región de Maramureş, al norte del país, donde sigue practicándose la tradición de tallar la madera de las estructuras arquitectónicas, no solo con motivos ornamentales, sino con auténticas historias. Cabe mencionar la iglesia de Dragomireşti (1722), con amplia cubierta con tejas de madera que conserva parte de la decoración pictórica interior.
Al regreso en autocar vimos el monumento a los Aviadores, Ícaro alado sobre un obelisco (Lidia Kotzebue y Iosif Febeke, 1935); la lápida conmemorativa al pie recuerda a los aviadores caídos entre 1912 y 1938, y paramos para comer en Casa Oprea Soara, cerca de la piaţa Unirii, con el comedor al aire libre, instalado en un edificio construido en 1914 por el arquitecto Petre Antonescu, en estilo neorrumano, adaptando modelos de la arquitectura tradicional de Valaquia.
De regreso al hotel, tuvimos que permanecer en él toda la tarde, hasta la hora de cenar: nos fue imposible salir al exterior, a recorrer la ciudad, como teníamos proyectado, pues la temperatura llegó a alcanzar los 45 ºC. A las 7 y media de la tarde, fuimos a cenar al Restaurantul Pescarus, en bulevardul Aviatorilor, número 1, en la orilla del lacul Herăstrău, acompañados con un espectáculo folclórico, que no pudimos disfrutar, pues tuvimos que marcharnos para otras dependencias, debido al calor reinante.
Al día siguiente, hacia las seis y media de la mañana, nos trasladaron al Aeropuerto Internacional de Bucarest-Henri Coandă (anteriormente Otopeni) y desde allí un avión del operador nacional
TAROM nos llevó hasta Madrid en algo menos de cuatro horas. Eso sí: viajamos rodeados de rumanos por todas partes.

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