domingo, 23 de septiembre de 2012

Por tierra de castillos

El 4 de agosto, después de desayunar, subimos desde Sinaia hasta el castillo de Peleş, muy cerca del pueblo. Se trata de un enorme edificio, más bien palacio que castillo, construido por el rey Carol I entre 1873 y 1888 según proyecto de los arquitectos Wilhelm von Doderer, de Viena, y Johann Schultz, de Leopoli, remodelado y ampliado en 1896 por el arquitecto checo Karel Liman. Pese a que por aquel entonces se introdujo la combinación entre el hierro y el cristal, y al tono kitsch de los interiores, esta residencia real, toda de madera y con una recargada decoración, tiene un innegable encanto. Por fuera parece un gran chalet suizo, con elementos renacentistas italianos y bávaros: galerías con columnas, en el centro una torre con reloj a cuyo pie se abre una portada monumental con decoración de motivos clásicos, plantas superiores con galerías de madera tallada o esculpida. A la izquierda hay un patio renacentista con frescos trompe-l´oeil en las paredes; sobre ellos, un friso con escenas de la caza del oso. En medio del patio hay una bonita fuente. En cuanto al interior, se trata en su conjunto de un fantasmagórico mosaico de obras de excelente artesanía, un desfile ininterrumpido de boiseries talladas y más de 800 vidrieras (algunas más antiguas que el edificio).
Al salir de este palacio, recorrimos unos 50 kilómetros hasta llegar al castillo de Bran, fortaleza medieval húngara situada en lo alto del estrecho valle que comunica el sur de Transilvania con Valaquia y que goza de gran atractivo turístico por la relación que se le ha atribuido con el conde Drácula, cuya figura no supo o no quiso perfilar adecuadamente nuestro guía Alexandru.
El “verdadero” Drácula, Vlad Ţepeş, nacido en 1431 en Sighişoara, gobernó Valaquia en 1448, 1456-1462 y 1476. Fue sin duda un personaje sediento de sangre, aunque nunca llegó a comerse a nadie ni beberse su sangre. Su padre Vlad II fue llamado Vlad Dracul (del latín draco, “dragón”), por la caballeresca Orden del Dragón que le concedió Segismundo de Luxemburgo en 1431. El nombre rumano Drǎculea (“hijo de Dracul”) lo obtuvo Vlad Ţepeş de su padre. No obstante, otro significado de draco es “demonio”, que es el que popularizó la novela Drácula (1897) del autor irlandés Bram Stoker, en la que el protagonista es un vampiro, un no muerto que dependía de la sangre de los vivos para conservar su propia inmortalidad. En Rumania los vampiros forman parte del folclore tradicional. Los séptimos hijos son especialmente propensos a sufrir esa condición, identificable por tener pezuñas en vez de pies o un rabo al final de la espalda.
Stoker ambientó Drácula en Transilvania, una región que nunca visitó en persona. El supuesto castillo del conde Drácula en el paso de Borga estaba inspirado en el castillo de Cruden Bay, en el condado de Aberdeen, Escocia, donde Stoker bosquejó buena parte de la novela.
Volviendo al Drácula real, el pequeño Vlad tuvo una infancia desdichada. Pasó muchos años de su juventud en una prisión turca, donde se afirma que fue violado por miembros de la corte del sultán.
Vlad Ţepeş fue, sin duda, un gobernante firme y muchos rumanos lo consideran un héroe nacional, valiente defensor de su principado, aunque su modo de actuar era despiadado. Fue célebre por sus brutales métodos de castigo, que iban de la decapitación a hervir o enterrar en vida, y se ganó su sobrenombre póstumo Ţepeş (“Empalador”) por su forma favorita de castigar a sus enemigos. Les hacía introducir cuidadosamente por el ano una estaca de madera que salía del cuerpo por debajo del hombro, de modo que no perforase ningún órgano vital. Eso aseguraba 48 horas de inimaginables sufrimientos antes de la muerte. Ţepeş acostumbraba a hacerse servir la comida al aire libre mientras contemplaba a sus prisioneros turcos y griegos retorcerse de dolor ante él. La posibilidad de que Vlad fuese violado reiteradamente durante sus años de cautividad en una prisión turca le añade un nuevo cariz a su predilección por semejante método de tortura. Sin embargo, el empalamiento de enemigos derrotados no era raro en la Europa medieval. Se dice que un primo carnal de Ţepeş, Ştefan cel Mare, hizo “empalar por el ombligo en diagonal, uno encima de otro” a 2300 prisioneros turcos en 1473.
Mientras que Vlad Ţepeş murió en 1476 y Stoker en 1912, el conde Drácula sigue vivo, alentando una extraordinaria producción cinematográfica y cultural. Para muchos, los dos Dráculas (el conde y el príncipe) han terminado fundiéndose en un único personaje de doble cara, real y virtual, y el engendro resultante, dotado de existencia propia en la imaginación popular, se ha convertido en el representante de Rumanía más famoso en el mundo; mucho más que Eugène Ionesco, Elena Lupescu o la gimnasta Nadia Comaneci. Así, el negocio del turismo se beneficia cada vez más de los frutos de esta confusión, aunque también hay quienes temen que la identidad de un personaje histórico tan importante para la historia de Rumania quede ensombrecida por el aura del inmortal vampiro.
En el lugar de Bran fue construida una fortaleza por caballeros de la Orden Teutónica alrededor de 1212,cuando fueron recibidos en el Reino de Hungría, después de ser derrotados por los sarracenos en Tierra Santa y regresado de Palestina a Europa. Si bien aquella pequeña fortaleza fue arrasada con el paso del tiempo y recibió las arremetidas de las hordas tártaras en 1241, la estructura actual fue erigida por órdenes del rey Luis I de Hungría en el 1377, para cumplir una función comercial y defensiva contra el voivoda de Valaquia.
Este castillo es famoso por la creencia de que había sido el hogar de Vlad Ţepeş en el siglo XV. Sin embargo, no hay evidencias de que el Vlad viviera allí en persona y, según la mayoría de versiones, el Empalador pasó solo dos días en el castillo, encerrado en una mazmorra, cuando la región estaba ocupada por el Imperio otomano. Después de terminada la Primera Guerra Mundial, en 1920, se firmó el Tratado de Trianon, donde la región de Transilvania fue cedida al Reino de Rumania y, con esto, el castillo de Bran pasó a pertenecer a la administración rumana.
El castillo, que fue posesión de la Princesa Eliana de Rumania, la cual lo heredó de su madre, la reina María, fue incautado por el Gobierno comunista rumano en 1948. Durante muchos años fue cuidado irregularmente pero, tras la restauración de los 80 y la Revolución rumana de 1989, pasó a ser un destino turístico.
El heredero legal del castillo era el hijo de la Princesa Eliana, Dominic von Habsburg, y en 2006 el gobierno rumano se lo devolvió. Von Habsburg es un ingeniero estadounidense que vive en las inmediaciones de Nueva York. En 2007, Von Habsburg puso en venta el castillo por el precio de 50 millones de euros y la oferta fue aceptada por Román Abramóvich, un multimillonario ruso del petróleo, pero finalmente el trato no llegó a cerrarse y la propiedad sigue en manos de los Von Habsburg.
En una publicación de la revista Forbes de Estados Unidos, el castillo fue valorado en 140 millones de dólares, cantidad justificada por los expertos debido a los ingresos que podría proporcionar este edificio histórico como foco turístico. Pero los propietarios actuales y las autoridades insisten en rechazar el mito de Drácula, y prohíben explotar el castillo como parque temático sobre este personaje, lo que le resta mucho de su atractivo. Según las últimas noticias, la familia Von Habsburg ha decidido formar una sociedad a medias con las autoridades, para mantener el castillo abierto a los turistas.
La imagen del castillo de Bran ha sido utilizada en múltiples adaptaciones fílmicas de Drácula, y de manera informal ha llegado a ser conocido como «Castillo de Drácula». La economía local ha hecho uso de esta conexión para impulsar el turismo, y se pueden conseguir tarjetas postales y camisetas donde el castillo se sigue relacionando con el nombre de Drácula.
Unos cuantos escalones de piedra conducen al puesto de guar¬dia de la torre, construida en el siglo XVII; dos orificios para el amarradero de las sogas sobre la puerta de acceso al patio in¬terior de la fortaleza testimonian la existencia de una escalera de madera que, antes de la construcción de la torre, permitía entrar en el castillo. A la derecha del patio interior se puede ver el camino de ronda del muro meridional. La primera estancia a la que se entra es la Sala de la guarnición, destinada a la guar¬dia del castillo. Siguen a continuación, la Sala de la cancillería, la del Consejo, la de música, la de los trofeos de caza, y la cámara del príncipe Nicolás.
Una empinada escalera desciende junto a un pequeño distribuidor y conduce hasta una zona de paso que da acceso a tres estancias: la primera es el llamado Salón Biedermeier; la otra es el dormitorio del rey Ferdinand y la tercera es el Salón neobarroco. También son interesantes la Sala rococó, y la Sala austriaca.
Comimos al lado del castillo de Bran en el restaurante Popasul Reginei y después seguimos hasta Braşov, a 30 kilómetros de Bran.

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