sábado, 22 de septiembre de 2012

Nos vamos para Plovdiv

El día 1 de agosto, de mañana, salimos de Sofia en dirección a Plovdiv, atravesando la llanura tracia. Plovdiv, con cerca de 400.000 habitantes, es la segunda ciudad más poblada de Bulgaria, después de la capital. Está situada a 147 km de Sofia en las tierras bajas de Tracia, a la orilla del río Maritsa y de las siete colinas. La población es, predominantemente, búlgara, aunque también habitan en la ciudad minorías de gitanos, turcos, hebreos y armenios.
La historia de Plovdiv se remonta a 6000 años atrás, mucho antes que Atenas o Roma. Conocida como Eumolpia, fue conquistada en el año 342 a. C. por el rey Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, que cambió el nombre de la ciudad a Filipópolis. Más tarde se hizo independiente bajo el dominio de los tracios, que la llamaron Pulpudeva, hasta que fue incorporada al Imperio romano. Su nombre cambió a Trimontim ("Ciudad de las tres colinas") y se convirtió en la capital de la provincia de Tracia; aún se pueden encontrar numerosos restos romanos en la ciudad.
Los eslavos tomaron la ciudad en el siglo VI y la llamaron Puldin. Los búlgaros la conquistaron en el año 815. El nombre Plovdiv aparece por primera vez en el siglo XV.
Bajo el gobierno otomano, Plovdiv fue un importante centro de los movimientos nacionalistas búlgaros, y aquí se estableció la primera imprenta en idioma búlgaro. La ciudad fue liberada de los otomanos en la batalla de Plovdiv en 1878, convirtiéndose en la capital de la región semi-independiente de Rumelia del Este hasta que la zona se unió finalmente a Bulgaria en 1885.
Durante el periodo de gobierno comunista que se estableció en el país a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, Plovdiv fue el centro de diversos movimientos democráticos que derrocaron finalmente al régimen pro-soviético en 1989.
Queda mencionar que Plovdiv es la cuna natal de dos jugadores de fútbol que destacaron en la liga española: Hristo Stoichov, en el Barcelona Club de Fútbol, y Georgi Iordanov, en el Sporting de Gijón.
El autocar nos dejó muy cerca del río Maritsa, y comenzamos a realizar un recorrido a pie por el casco antiguo, con su entramado de calles adoquinadas que trepan por tres escarpadas colinas: la Džambaz tepe (colina del acróbata), la Taksim tepe (colina del tanque) y Nebet tepe (colina del mirador). Vimos, en primer lugar, las ruinas del estadio romano, del siglo II d.C.; la mezquita Dzumaya, con su fuente interior rodeada de cuatro pilares; la iglesia de Sveta Bogoroditsa, con su campanario azul y rosa; el teatro romano, del siglo II d.C., que formaba parte de la Acrópolis de la ciudad; la Apteka Hipokrat, con sus paredes llenas de cajones de madera y recipientes etiquetados en latín; la iglesia de los Santos Constantino y Elena, con sus frescos; la casa Lamartine, en la que se alojó el poeta francés en 1833; la casa Nedkovich, construida en 1863; y muchas otras casas de los siglos XVIII y XIX, con fachadas pintadas, que constituyen un conjunto característico del llamado “barroco de Plovdiv”.
Comimos en el restaurante Puldin, en la calle Knyaz Tseretelev 8 en el casco viejo de la ciudad, un local lleno de encanto, construido sobre las ruinas de una fortaleza romana, con velas en las mesas y patios y corredores que forman un verdadero laberinto.
Apretaba el calor cuando fuimos en autocar hasta el hotel Sankt Petersburg, situado en el número 97 de Bulgaria Blvd, un hotel con muy buenas instalaciones, habitaciones majestuosas, aunque poco refrigeradas, y un conjunto de piscinas en el exterior. Desde allí, volvimos a pie a la parte antigua de la ciudad, atravesando el río Maritsa por el puente cubierto de madera y paseando a continuación por la arteria principal de la ciudad, la calle Alejandro I de Battenberg, repleta de edificios barrocos y que en verano disfruta de gran actividad comercial; allí nos sacamos una foto con “Miljo” el cotilla.
Por la noche cenamos en el restaurante Megdana, en ulitsa Odrin 11, casi en el centro de la ciudad; la cena, exquisita y muy abundante, estuvo acompañada de un espectáculo folclórico de gran calidad, en el que terminaron interviniendo algunos de los comensales.



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